Cuento de Navidad: El Barril de La Pintora de Bodegas

Cuento de Navidad en podcast

Escucha el cuento de navidad narrado por Rocío Romero Otero aquí:

Había una vez, en un rincón nevado y rodeado de viñedos, un pintoresco pueblo llamado La Pintora de Bodegas.
Sus habitantes eran famosos por el exquisito vino que producían, por sus largas celebraciones de Nochebuena (siempre llenas de villancicos y luces de Navidad) y por el embriagador aroma de pasteles recién horneados que flotaba en sus calles empedradas.

Aquel año, el viejo alcalde —un hombre que llevaba décadas representando al pueblo con entusiasmo contagioso— tuvo una idea distinta para la nueva Navidad:

ALCALDE (emocionado):
—Vecinos, propongo que este año hagamos una gran fiesta que pase a la historia. Colocaremos un enorme tonel en la plaza, y cada familia aportará una jarra de su mejor vino para crear una mezcla única. ¡Así brindaremos todos juntos en Nochebuena!

La propuesta cayó como una revelación. Desde la anciana pastora, orgullosa de sus viñas centenarias, hasta el joven carpintero que acababa de embotellar su primer vino, todos festejaron la ocurrencia. Incluso el tabernero Ramón, conocido por su mal genio, expresó su entusiasmo a su manera:

RAMÓN (refunfuñando):
—Mientras no haya vino de Zambudio, todo irá bien…

Los días previos a Nochebuena fueron frenéticos. La gente corría por la plaza, adornando el tonel con cintas de colores y luces navideñas. En cada esquina del pueblo se hablaba del gran momento en que, por fin, descorcharían el tonel para probar el vino de La Pintora de Bodegas. Se decía que sería el mejor vino jamás creado para la ocasión.

Sin embargo, en las tabernas y en las pequeñas bodegas familiares surgieron murmullos. Unos vecinos se miraban con complicidad; otros sonreían con cierto recelo. Parecía que, en vez de la simple y noble acción de compartir, algunos empezaban a pensar en otras jugadas.

Aun así, el ambiente siguió siendo festivo y la plaza se llenó de velas en las ventanas, villancicos y panderetas en las callejuelas, y una expectación mágica se respiraba en cada rincón.

Por fin llegó la Nochebuena y, con ella, la hora de la verdad. Todo el mundo se reunió alrededor del gigantesco tonel, decorado con acebo y luces de mil colores. El frío nocturno se disimulaba con el calor de la multitud y el ritmo de los villancicos interpretados por una orquesta improvisada.

El alcalde, radiante bajo la luz de los farolillos, tomó la palabra:

ALCALDE (sonriendo):
—Queridas vecinas y vecinos, ha llegado el momento de descubrir esta obra maestra colectiva. ¡Descorchemos el tonel y brindemos con el mejor vino del mundo: el vino de La Pintora de Bodegas!

Las jarras y las copas se alzaron. El señor Zambudio, el bodeguero más respetado del pueblo, fue el encargado de abrir el grifo:

ZAMBUDIO (emocionado):
—¡Venga, todos atentos!

Giró la llave con manos temblorosas, y el líquido comenzó a brotar.
Cuando la primera gota cayó en la jarra, no mostraba la oscura tonalidad de un tinto maduro, ni el dorado intenso de un blanco envejecido: era transparente, sin color ni aroma. Un murmullo de asombro recorrió la multitud.

VECINO (alarmado):
—¿Pero qué demonios…?

Lo que esperaba ser un vino único no era vino en absoluto: ¡era agua! Atónitos, los vecinos se miraron sin dar crédito. En ese instante comprendieron la cruda realidad: demasiados habían pensado la misma triquiñuela, confiando en que el resto pondría vino de verdad mientras ellos aportaban algo más barato para guardarse su preciado caldo.

En lugar de un vino majestuoso que representara la generosidad del pueblo, obtuvieron un enorme tonel lleno de agua. La vergüenza se apoderó de todos. Los niños, perplejos, no entendían cómo algo tan prometedor podía acabar en semejante fiasco.

El alcalde, con semblante serio, se dirigió a la multitud con voz triste pero tranquila:

ALCALDE (pensativo):
—Amigos, esto nos enseña que si cada uno piensa solo en sí mismo, y confía en que los demás lo hagan bien, al final nadie aporta nada verdadero.

El silencio reinó en la plaza, roto únicamente por el repique de las campanas, anunciando la medianoche. Fue entonces cuando la pastelera Herminia, famosa por sus roscones de Reyes, dio un paso al frente con un nudo en la garganta:

HERMINIA (avergonzada):
—Yo pensaba que no se notaría…

Uno a uno, los vecinos que habían tramado la misma jugada confesaron sus actos. No hubo reproches directos, pero sí un silencio doloroso que pesó sobre todos. Hasta que Herminia habló de nuevo:

HERMINIA (decidida):
—Pero esto no tiene por qué acabar así. Voy a abrir mi pastelería; tengo montones de dulces y, esta vez, traigamos cada uno, de verdad, nuestro mejor vino para brindar por la Navidad en nuestro pueblo.

En un abrir y cerrar de ojos, la gente salió corriendo a sus casas. Al poco tiempo, regresaron con botellas añejas cubiertas de polvo, y otras recién embotelladas. En la pastelería, las mesas se llenaron de copas, polvorones, turrones y un sinfín de vinos que todos compartieron sin trampas.

La atmósfera cambió por completo. Las risas volvieron, los villancicos sonaron con más fuerza y la generosidad genuina triunfó sobre el engaño. Al final, aquella Nochebuena no se recordaría por el fiasco del tonel de agua, sino por convertirse en la primera de muchas Navidades en las que el pueblo, rodeado de viñedos, aprendió a compartir su tesoro más preciado con el corazón.

Desde entonces, el mejor vino de cada cosecha se comparte siempre en el barril de Nochebuena de La Pintora de Bodegas.

TE REGALO UN CURSO DE VINOS EN VIDEO TOTALMENTE GRATIS, ENTRA EN EL ENLACE Y ACCEDE A LA COMUNIDAD MAS CHULA DEL MUNDO DEL VINO

QUIERO MI CURSO EN VIDEO GRATIS